La percepción y el significado
Ver es una actividad mental y física, no un estado contemplativo
dominado por la pasividad.
Cuando abrimos los ojos, la imagen creada por nuestro cerebro no
está compuesta por luces y sombras, líneas y manchas, o formas por
el estilo. Lo que vemos son cosas como la ventana de nuestro
dormitorio al despertar, la cama, la mesilla, los cuadros o carteles
colocados en las paredes, etc. Y si no hubiera ventanas, o la cama no
fuera la nuestra, o no reconociéramos las paredes y el ambiente,
daríamos un salto y nuestro corazón comenzaría a latir a toda
velocidad.
Eso es ver: una función que nos comunica e inserta en el mundo y de
la que dependemos para seguir viviendo. Es decir, una función
directamente relacionada con el significado que las cosas tienen para
cada uno de nosotros.
Luces, sombras, líneas o manchas son herramientas; los útiles que
utilizamos para describir las cosas, pero no las cosas mismas. De
igual manera que las letras del alfabeto, los puntos y las comas, no
son los verdaderos elementos de nuestro lenguaje, que pertenecen al
mundo del sonido y que se organizan en unidades de sentido. Son
herramientas culturales para fijarlo y transmitirlo según un código.
Una idea de la visión ajena a la noción de significado carece de
lógica, y sólo sería posible en un entorno de locura aterradora, en el
que no comprendiéramos las cosas que vemos.
El significado como herramienta en la evolución:
Como el lector sabe, el ojo humano, todo el ser humano, es fruto de
una larga evolución que se pierde en la noche de los tiempos.
Nuestro ojo conserva numerosos índices de esa evolución, cuando
fuimos animales nocturnos y los bastones de la retina nos servían
para escrutar las sombras; o cuando empezamos a distinguir algunos
colores, pero no el rojo del verde, por ejemplo, ya que carecíamos de
receptores de ondas largas; o cuando ya se completó nuestra actual
visión tricrómica, con la puesta en funcionamiento de otros
cromosomas, y la distinción entre el rojo y el verde permitió
distinguir desde lejos los árboles que ya estaban llenos de frutas
maduras.
Saber qué se ve en cada momento ha sido un poderoso escudo de
defensa para la especie: de ahí la importancia de esa unión entre
significado y visión.
Pensemos en un pequeño grupo humano que busca refugio al
anochecer hace algunas decenas de miles de años. Sobre una roca
aparece una sombra recortada contra el resplandor del cielo. Es
posible que se trate de una bella silueta, hecha de curvas gráciles y
líneas tersas. Pero en estas circunstancias hay una pregunta que
pasará por la mente de todos los miembros del grupo, y no se trata
de una cuestión estética: ¿qué animal es ese? ¿Se trata del perro,
que ya ha empezado a integrarse en los grupos humanos, o es el
primer lobo de una manada que ha olfateado nuestro rastro y que
estará acosándonos toda la noche tratando de ponernos en
desbandada, para atraparnos uno por uno?.
Del significado de la respuesta a esa pregunta, tal vez dependa la
vida de varias de esas personas.
Dar significado:
Esta importancia del significado en la visión nos ha convertido en
seres "dadores" de significado. Lo conocemos desde las primeras
civilizaciones. Cuando en Mesopotamia comenzaron a dar nombre a
las estrellas, unieron unas a otras en dibujos imaginarios porque les
recordaban objetos o animales de su vida cotidiana: carros, osos,
arados... Y así nacieron las constelaciones y el zodiaco.
Y nos sigue sucediendo a todos: descubrimos objetos en las nubes,
en las manchas de humedad o en los posos de una taza de café. Y
vemos árboles, caras, cuerpos o máscaras. Es decir, cosas con
sentido. Es una actividad que hasta el mismo Leonardo da Vinci
recomendó a los pintores en su Tratado de la Pintura, para fomentar
la imaginación visual y para hacer paisajes.
Somos tan insistentes en esta actividad de dar significado a lo que
vemos, que lo hacemos incluso en las exposiciones de arte abstracto,
aunque sabemos que el artista no ha pretendido representar formas
concretas de cosas. ¿Pero quién, al visitar un museo o una muestra
de este tipo de pintura, no ha escuchado frases como, "esto parece la
silueta de un caballo", o "aquí se ve el rostro de una persona"?.
El orden de valores semánticos:
Ver un jarrón no es lo mismo que ver a un bebé en peligro o que
contemplar a un animal salvaje que ha escapado de su cautividad.
Vivimos en un mundo en el que las cosas y las personas
interaccionan entre sí. Todo lo que vemos puede afectarnos de
múltiples maneras. Depende de qué se trate y donde esté. En todo
caso, nuestra mente evalúa automáticamente las circunstancias y
dispara los mecanismos que considera necesarios para responder:
adrenalina, pulso, tensión arterial...
Esta actividad se mantiene incluso cuando sabemos de manera
consciente que se trata de imágenes o situaciones falsas o pasadas,
como sucede en el cine o en la fotografía. Si las películas gustan es
porque son capaces de conmovernos, de excitarnos y de hacernos
sentir. Lo mismo que el rostro de una fotografía nos parecerá
simpático, o tenso, u horrible, aunque se trate de un papel de apenas
un milímetro de espesor. La evaluación que el cerebro hace del
entorno se da a un nivel más profundo, que a veces el estado
consciente es incapaz de modificar. Y esto es así porque de esa
evaluación, en un momento dado, puede llegar a depender la propia
vida del individuo.
Considerando un entorno general de seguridad para el que
contempla, y la ausencia de una actividad específica, existe un orden
de importancia sobre las cosas que percibimos. Esta escala de valores
de significación visual incluye:
Lo humano
Lo animal
Lo vegetal
Lo mineral
Evidentemente, estos grados son muy amplios, y dentro de
cualquiera de ellos existen muchísimas variaciones.
Por ejemplo, no tiene el mismo valor semántico un codo que un rasgo
sexual primario; ni gozan del mismo poder de expresión un rostro y
un antebrazo.
Alteración del significado por las circunstancias:
Muchas mujeres embarazadas lo comentan: tienen la sensación de
que todas las mujeres de la ciudad han quedado embarazadas al
mismo tiempo; nunca han visto tantas embarazadas por la calle.
Es un fenómeno conocido que se llama "alteración perceptiva". El
nuevo estado biológico de estas mujeres hace que distingan con
particular precisión todo rasgo formal que manifieste el embarazo en
otra mujer, ya que tiene una especial significación para ellas. Y su
mente se los presenta de manera automática.
En circunstancias de menor implicación personal sucede de manera
parecida. Por ejemplo, un familiar nuestro, con el que manteníamos
una relación cercana, se ha ido a vivir a otra ciudad. A partir de ese
momento nos parece que en las noticias, en los anuncios, por todas
partes, hay un número muchísimo mayor de sucesos que afectan a
esa ciudad.
Evidentemente, el número de noticias no ha variado, aunque sí
nuestro interés en ellas.
Cuando un anuncio publicitario se limita a mostrar un producto, es
porque su creador sabe que quien esté necesitando una cosa similar
lo detectará enseguida y se centrará en él: a ese tipo de personas
interesadas en un producto o servicio concreto se le denomina
"target" o "público objetivo".
En otro tipo de circunstancias, es evidente que un buscador de
mariposas dirigirá toda su atención a distinguir unas formas y colores
característicos. E irá escrutando el campo visual de manera selectiva.
Este tipo de percepción es evidente que altera el orden de valores
semánticos general del que antes hemos hablado.
El mito del plano vacío:
Muchos teóricos de la imagen proponen un análisis del campo visual
como si fuera una página en blanco. No hay nada en él; sólo un
conjunto de fuerzas latentes, de las que no se explica su origen, y
que parecen gobernar nuestra visión de manera arcana. Este es el
mito del plano vacío.
Algunos proponen que "leemos" el plano vacío siguiendo una
trayectoria con forma de zeta. Otros, que existe un equilibrio de
fuerzas centrípetas y centrífugas. Otros más que el plano siempre se
divide en el mismo número de zonas, etc.
A este respecto, lo primero que hay que decir es que en la visión
humana nunca existe un campo vacío: siempre hay cosas en él, y es
el significado de estas cosas el que dirige la atención del espectador.
El plano vacío es una entidad teórica que puede ser de utilidad para
algunos análisis gráficos, incluso de gran interés. Pero, en todo caso,
no es ni representa una vivencia real de un espectador humano, cuyo
campo visual se rige por leyes naturales.
Condicionantes reales del campo visual:
Los condicionantes reales que posee el campo visual humano
dependen de la función adaptativa del ojo, así como de la
experiencia.
Por ejemplo, el hombre es un animal que camina erguido y que no
puede desarrollar el vuelo por sus propios medios naturales. Esto
condiciona que su campo visual se halle continuamente dividido en
dos zonas, superior e inferior, que poseen significados diferenciados.
La zona terrestre y la zona celeste no poseen la misma materialidad
para la experiencia humana. A esta característica se le denomina
anisotropía y está regida por la ley de la gravedad: toda cosa pesada
ejerce una fuerza hacia abajo y tiende a desplazarse en ese sentido.
La visión humana es anisotrópica en sentido vertical porque vive en
circunstancias anisotrópicas: subir una cuesta no es igual que bajarla,
por poner el ejemplo más sencillo.
La visión de un pez tiene una anisotropía reducida ya que el medio
marino reduce la acción gravitatoria y permite una circulación
tridimensional más fácil.
Para un ser humano, recorrer una distancia horizontal de cinco
metros no es nada; escalar un muro liso de cinco metros puede ser
imposible sin ayuda de herramientas. Para un pez, subir o bajar cinco
metros no supone nada muy diferente a nadar en sentido horizontal.
La anisotropía sí es una propiedad genérica de la visión humana que
condiciona toda la lógica de su visión.
1. La mirada el espectador.
¿Hacia dónde mira el espectador? ¿Sigue su mirada una trayectoria
en forma de "Z"? ¿Y sucede así siempre? ¿Por qué?.
No debería ser necesario explicar que los ojos de cualquier ser
humano no tienen una trayectoria visual predeterminada, contra lo
que se afirma en tantos manuales y cursos de diseño. En caso
contrario, nos pasaríamos el día haciendo visajes con los ojos cada
vez que cambiamos la dirección de la mirada y renovamos el campo
visual. Cuando queremos observar algo, por la razón que sea, lo
miramos. Y basta. Sin que nuestros ojos tengan que seguir una
trayectoria predefinida, que lo único que conseguiría es retardar el
momento de acceder a la información que se busca. Algo que puede
ser mortal, por ejemplo, mientras se conduce.